LAS HUELLAS DEL NORTE
RAÚL GARCÍA MORALES
Por fin, el poderoso motor de la Ford 1500 recibió la orden de descansar después del largo viaje de más de dos mil kilómetros; eran las primeras horas de aquel domingo de agosto. Ismael regresaba a su pueblo después de casi veinte años de ausencia.
Un suspiro involuntario le hizo llegar a su cuerpo un relajamiento físico, unos pequeños movimientos de estiramiento a su espalda ayudaron en gran medida para esto, sin embargo, ese relajamiento se contraponía a una inquietud y ansias casi irrefrenables de tocar aquella vieja puerta de madera que lo había visto salir con una pequeña mochila al hombro en busca del sueño americano.
Nadie sabía de su regreso aquel día, de hecho, nadie de su familia sabía de él hacía casi diez años. Había perdido el contacto con ella por muchas razones, entre otras porque no había podido controlar su adicción a las drogas y sólo había vivido para satisfacerla, ensimismado en aquel submundo que lo había envejecido a pesar de sólo contar con treinta y dos años.
Minutos antes, recorriendo las calles de su viejo pueblo para llegar a lo que años pasados fuera su casa, se dio cuenta que ya casi nada se parecía a lo que dejó en su primera década de existencia. A Ismael todo aquello se le hacía casi irreconocible, sólo algunas construcciones que recordaba, se mantenían con la misma fisonomía con que las había dejado, entre ellas su vieja casa que, ubicada en la calle de Juárez, parecía haberlo esperado con la paciencia y la sabiduría de que algún día se volverían a ver.
A sus espaldas escuchó las campanadas de un reloj que, enclavado en la torre del templo de San Francisco, anunciaba la cercanía del astro rey. Por un reflejo involuntario vio su reloj, hizo el intento de bajarse del vehículo y, con la portezuela abierta apenas, se quedó en el impulso de poner el pie izquierdo en aquella tierra que lo tenía de regreso, Se contuvo, argumentando para sí mismo, que era muy temprano para molestar a los moradores de aquel lugar.
Del tablero de la pick-up tomó la cajetilla de cigarros Marlboro, para colocarse uno entre los labios y, perezosamente después de dos intentos por que aflorara una flama de su encendedor, acercar aquel pequeño fuego encendiendo el enésimo cigarrillo de aquella madrugada. Exhalando una gran bocanada de humo, su mirada se perdió en aquella vieja puerta de mezquite, como tratando de ver al interior de aquella morada. Aquella madera no había cedido su fortaleza a las inclemencias del tiempo, que por naturaleza debían debilitarla.
Involuntariamente, poco a poco en la soledad de sus pensamientos, comenzó a vagar en ellos, allá, dos décadas atrás, cuando con los ojos invadidos por las lágrimas había dejado a su madre hecha un llanto, bendiciendo su camino para que Dios lo trajera de regreso sano y salvo.
Suavemente, aquel chiquillo cerró la puerta tras de sí, limpió sus ojos con el dorso de la mano y se dispuso a enfrentar la aventura que lo esperaba quién sabe donde, con sus raídos tenis, que hacían juego casi perfecto con el también raído pantalón de mezclilla y una playera negra deslavada, apresuró el paso para llegar a tiempo a su cita con el destino.
Recién había terminado sus estudios primarios en su querida escuela Manuela Taboada y bien sabía que su madre no tenía los recursos económicos para mantenerle sus estudios secundarios, ya que a duras penas podía siquiera alimentarlo a él y sus dos hermanos menores, Paola y Roberto.
Siempre había soñado con ser médico, pero no podía tener el privilegio de seguir estudiando. Por desgracia los privilegios económicos huyeron del lugar desde que tenía memoria. Desde años antes se había convertido en ayudante de una tienda de abarrotes, en la cual le pagaban unos pesos por los ratos de trabajo que lo ocupaban después de salir de la escuela.
Para aquel niño no existían los juegos a los que se entregaban sus amigos de la misma edad, él tenía que trabajar para ayudar a su madre que laboraba como doméstica en la casa de Doña Teresita; de su padre apenas sí se recordaba, recordaba muy bien los constantes regaños a los que lo sometía y aquel repugnante aliento a alcohol que siempre lo acompañaba; recordaba bien los maltratos a su madre que en su indefensa postura de niño nunca pudo remediar.
Contando Ismael apenas con seis años, aquel hombre tomó rumbo para el norte y jamás volvieron a saber de él, fue por ello que su madre tomó desde siempre la responsabilidad de la crianza de sus tres vástagos y aunque nunca les faltó el alimento y una caricia de madre, siempre fueron los más pobres de aquel barrio, y el niño Ismael rápidamente se convirtió en un ser con responsabilidad de adulto, arrimando unos centavos al hogar para hacer menos difícil la subsistencia.
Apresuró sus pasos calle arriba, para encontrarse con otros jovencitos que como él, también emprendían la aventura para aquel norte mítico del cual esperaban tanta fortuna.
No podía en aquel momento quitarse de sus sentidos las palabras y los sollozos de su madre que inútilmente trató de convencerlo que no los abandonara, de sus hermanos sólo recordaba sus tristes miradas fijas en él cuando con un- 'ai nos vimos- dejó aquel cuartucho que les servía de refugio.
-Verás como voy a hacer mucho dinero y te lo voy a mandar para que ya dejes de trabajar-.
Fue su argumento mayor con el que su decisión estaba tomada, apenas si escuchaba y razonaba los pedimentos de aquella mujer para que siguiera con sus estudios de secundaria, que al fin y al cabo con sacrificios todos saldrían adelante con la ventaja de estar juntos; pero él ya estaba cansado de tanta pobreza, ya estaba cansado de vestirse de lo regalado, ya estaba cansado de muchas veces quedarse con hambre prefiriendo que comieran y no sufrieran lo mismo sus pequeños hermanos.
-No ma', no puedo seguir aquí, ya veras como me va a ir bien, voy a hacer mucho dinero para que usted y mis hermanos no les falte nada, ya después veremos lo de la escuela...no llores ma', no me hagas más difíciles las cosas, ya veras como me va a ir bien, mejor dame tu bendición- fueron las últimas palabras de Ismael para con su familia, y con un nudo en la garganta recibió la bendición de aquella mujer para darse media vuelta y salir de aquel hogar donde le querían tanto.
Dando una profunda fumada a su cigarrillo todo aquel recuerdo le parecía increíble, como si apenas fuera ayer, estar recordando a aquel chiquillo con ese corte militar en aquel pelo tan rebelde para que con tan corta edad hubiera tomado semejante decisión.
Pero allí estaba, era él mismo, ahora de regreso, no podía decir que aquella fuera su casa que encerraba aquel hogar que había dejado, ya hacía casi diez años que no tenía contacto con aquella familia.
Un repentino escalofrió le recorrió el cuerpo, hasta ese momento empezó a tener conciencia real que era toda una vida en la que se había mantenido fuera de los suyos, pensamientos de malos augurios le invadieron, le parecía imposible haber viajado de tan lejos para no decidirse aún a anunciar su llegada.
Aplastó con furia reprimida la colilla del cigarro que acababa de fumar, y en un arranque repentino, como tantos que le caracterizaban, abrió la portezuela del vehículo y saliendo de él a grandes zancadas llegó a la puerta disponiéndose a tocar, pero algo lo contuvo. Algunos ruidos en el interior de aquella humilde casa le hicieron estremecerse: escuchó atentamente un como arrastrar de objetos, era perfectamente audible el ruido de unos pasos, pasos de una persona anciana que con grandes esfuerzos se mantenía en movimiento.
Una tos reseca y cascada anunció que allí dentro estaba habitado, por lo cerca que se escuchaban aquellos tosidos al parecer alguien se disponía a salir de aquella casa.
Por un instintivo reflejo se alejó rápidamente de la puerta de la casa, y apenas alcanzó a volverse a subir a su flamante camioneta cuando las bisagras enmohecidas de la pesada puerta se accionaron dando paso a una anciana que haciendo esfuerzos sobrehumanos cargaba una enorme canasta de fina confección de carrizo entretejido que rebosante y cubierta de una blanca servilleta transportaba seguramente algo comestible. En la mano contraria casi arrastraba una silla de madera tejida de tule; con mucha habilidad cerró la puerta tras de si, y arrastrando sus pasos se enfiló calle arriba rumbo al centro del poblado.
Ismael inmóvil, no podía creer lo que había visto, no podía ser su madre, a esas fechas debía contar con unos cincuenta y tantos años y aquella mujer que había visto salir era toda una anciana que encorvada seguramente estaría por cumplir unos ochenta años.
-No puede ser...no puede ser- se repetía una y otra vez como tratando de convencerse que no era real lo que había visto minutos antes.
Por la oscuridad de la madrugada, no había alcanzado a apreciar las facciones de aquella anciana que había salido de lo que él imaginaba era su casa y se regodeaba con la idea de que su madre no podía ser aquella anciana, su madre era muy joven comparada con la mujer aquella, y sin pensarlo más en otro arrebato, bajo de la pick-up se acercó a la puerta y asestó tres fuertes golpes con la palma de la mano y esperó alguna reacción aguzando el oído.
Nada, sólo silencio fue la respuesta a sus toquidos, una y otra vez golpeo la puerta cada vez con más energía impregnando en cada golpe las ansias de tener pronta respuesta.
Sólo los ladridos de algunos perros se dejaron escuchar en la oscuridad de la calle, pasaron quince o veinte minutos, o tal vez sólo tres y comprendió que aquellas eternidad tocando la puerta sin tener respuesta era clara muestra que no había nadie más dentro de la casa.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, y casi tomándolo como una señal volvió sobre sus pasos para encender otro cigarrillo tratando con ello de bajar el nerviosismo que lo invadía, con involuntarios reflejos empezó a caminar por aquella oscura calle de tantos recuerdos para él, siguiendo el mismo camino que la anciana había emprendido minutos atrás.
-Tanto viajar para no encontrar nada, tal vez no fue la mejor idea regresar donde tal vez ya nada tenga, donde tal vez ya nadie se acuerde de mi, donde tal vez ya no sea bien venido, ¿qué habrá sido de mi madre...de mis hermanos?-
Una y otra vez le daba vuelta a sus pensamientos fumando casi de manera mecánica. Lentamente regresó sobre sus pasos y a unos metros de llagar a su vehículo, una puerta del vecindario se abrió delante de él para dar paso a un hombre robusto, de facciones en rostro por demás amables, una colorida bufanda enredada sobre el cuello le daba un aspecto muy especial, aquel viejo enfiló sus pasos al centro del poblado encontrando de frente a Ismael, y con un -buenos días- pasarse de largo.
Cómo no, era Don Fermín, el vecino que tantas veces lo había ayudado de niño, bien lo recordaba, casi no había cambiado aquel viejo, quien a pesar de sus toscas facciones aún le acompañaba su inseparable y amable sonrisa que lo hacia tan agradable y bonachón.
Como película a alta velocidad en sus pensamientos recordó muchos pasajes de su niñez junto a aquel hombre, de manera instintiva volteó a ver al viejo que lo había saludado, coincidente también aquella robusta humanidad hizo lo mismo, ambos detuvieron sus pasos.
-¿Don Fer?- sin mucha seguridad y temblorosa voz preguntó casi para sus adentros Ismael.
-Sí muchacho...¿quién eres tu?
-Ismael, Don Fer-.
Por unos segundos, que parecieron una eternidad el viejo escudriñó en sus recuerdos.
-No me digas que....muchacho...te crellíamos muerto...válgame Dios.
Se volvieron sobre sus pasos y se fundieron en un fuerte abrazo.
-Que gusto volverte a ver muchacho, hace ya tanto tiempo que dejamos de saber de ti, que tu madre perdió toda esperanza que regresaras. Figúrate, la pobre hasta rezó un novenario suponiendo que la muerte te había alcanzado por alguno de esos caminos en que andabas. ¿Acabas de llegar?...Cholita no hace mucho se ha de haber ido, todos los domingos sale a vender sus tamales, como está sola la pobre tiene que hacer la luchita con lo que se pueda.
Aquel comentario fue como una puñalada para Ismael.
-Entonces era ella...la anciana que vi salir-pensó para sus adentros mientras en bonachón de Don Fer seguía su perorata.
-que bonita troca trais muchacho, de seguro también la trais cargada con esos sonidazos que todos train presumiendo por las calles, ¿qué me dices de tu hermano? Ya hace también años que no sabemos de'l, ¿No te lo topates por allá?, lo último que supo tu madre era que andaba allá por Las Carolinas...siquiera tu al principio le mandabas seguido sus dolaritos, tu hermano nunca ha mandado nada, ni siquiera una carta para la vieja que tanto ha sufrido por ustedes...sólo tu hermana, con lo que puede, está al pendiente de tu madre, dice que se la va a llevar pa'lla pa'Querétaro, como aquí ni pensarlo que le den trabajo...pa' su profesión tiene que buscarle y estar donde hay pa' comer-.
A cada palabra de aquel hombre se le hundía más y más el piso a Ismael, que con la información que involuntariamente le estaba proporcionando, le hacía sentir más y más miserable por haber sido tan irresponsable y no haber tomado seriamente el papel de jefe de familia, por haber perdido tan fácilmente el gusto de soñar y realizar su sueño de ser médico, bien lo pudo haber hecho, pero cayo en la maldita adicción de las drogas y perdió el contacto con la realidad, se olvidó de todo, su maldita vida simplemente la había desperdiciado.
¿Y ahora qué?
Como un latigazo aquella pregunta le taladró el pensamiento, y casi como despertando de un sueño vagamente escuchó la pregunta de Don Fermin.
-¿Y te vas a quedar buen tiempo Ismael?-
-No sé...no se Don fer, con todo lo que me acaba de decir ya no se si todavía tenga familia por qué quedarme en esta tierra que tanto extrañé-.
-Pero cómo no vas a tener familia muchacho, y ¿entonces Cholita?...¿Y tu hermana?...esa es tu familia muchacho, no hay día que doña Cholita no hable de sus hijos pidiéndole el milagro a la virgen de Los Remedios que los traiga de nuevo pa' que al menos la vean morir...canijos muchachos no se por qué se desaparecen tanto tiempo y se olvidan de los viejos que nos quedamos aquí con el Jesús en la boca pidiendo porque les vaya bien...También mis muchachos andan por allá ¿te acuerdas de'llos? De Miguel y el Chepe, esos canijos van y vienen casi dos veces por año. Al Chepe es al que sí le ha ido bien, el Miguelillo no levanta cabeza...le digo que mejor se quede aquí con su mujer y sus niños al fin y al cabo ya le hizo la lucha y creo que ya es por demás-.
Don Fer, que al parecer se especializaba en peroratas sin fin distraído en lo suyo, apenas si había puesto atención en que Ismael había encendido un cigarrillo y que mirando hacia quien sabe donde en busca de un lugar en el infinito del cielo que ya ocultaba sus últimas estrellas, sus mejillas estaban siendo bañadas por gruesas lagrimas que sin pudor brotaban de sus enrojecidos ojos.
-Pero estas llorando muchacho, si dije algo que te ofendió, perdona a este viejo que no sabe controlar la gran bocaza que en más de una ocasión lo ha metido en problemas-.
Al decir esto Don Fermín fue interrumpido bruscamente por Ismael quien atajando la disculpa del viejo mirándole fijamente a los profundos ojos negros sin preámbulos y con voz firme dijo.
-Perdóneme usted a mi Don Fer, por no controlar mis culpas y enseñarlas llorando unas lágrimas que en nada remedian tanta ausencia con mi familia...es cierto que enfrenté muchas broncas pa` hacerla allá con los gùeros pero nada me justifica haber abandonado tanto tiempo a mi familia...a mi vieja...siempre tan sufrida y 'ora hecha una anciana siendo joven todavía...la vi salir con su canasta...no la conocí Don Fer, no la conocí, le juro que no la conocí, y con lo que uste` dice de cómo ha sufrido con mi ausencia y con la de mi hermano, ¿ Y cuándo se desapareció él de aquí?-. Interrogó Ismael.
-Harán unos ocho años- contestó Don Fermín como esforzándose por ser exacto en el dato aportado.
-Imagínese Don Fer, cuanto habrá sufrido la vieja...nosotros sumidos en pendejadas siendo tan egoístas y tan irresponsables y 'ora pa' acabalarla hasta mi hermana la abandonó...bueno pero ella al menos está al pendiente de ella...carajo Don Fer ya me estoy arrepintiendo de haber venido, nunca creyí que la realida' con la que me iba a topar me doliera tanto...ni siquiera me siento con el valor de aparecérmele a mi vieja, no se imagina cómo soñé con el momento de tenerla frente a mi para abrazarla y llenarla de besos compensándole el sufrimiento que le hice pasar cuando siendo un chiquillo me fui de su vida...me falta valor Don Fer, me siento tan poca cosa que creo que no la merezco. Fueron casi diez años que me desaparecí sin tener contacto para nada con ella, y todo por pendejadas, los malditos vicios Don Fer...me perdí Don Fer...y 'ora qué hago-.
La tosca y rudimentaria mano del viejo, acostumbrada al rudo trabajo se posó sobre el hombro de Ismael, interrumpiendo su monólogo, con un pequeño además lo invito a caminar rumbo al centro para encontrarse con lo que desde tan lejos lo había llevado aquella madrugada a aquel poblado perdido en el centro del estado de Guanajuato, su Comonfort querido, su Chamacuero de las limas, del que con tanto orgullo platicaba con desconocidos que nunca supieron donde era ese lugar maravilloso de cual Ismael se expresaba como si fuera un pedazo de cielo perdido en una blasfema tierra llena de angustias y maldad.
Caminaron con paso lento como los grandes amigos, como el padre con el hijo que tanto se habían añorado.
Ya para ese momento el bullicio por la larga calle no se dejaba esperar, a lo lejos se podía apreciar claramente la torre del templo de San Francisco, estrenando al parecer un reloj de cuatro caras, aquella imagen de la torre recortándose en el infinito azul del cielo le trajo en tropel muchos recuerdos a Ismael, de niño nunca tuvo tiempo para admirar la belleza de aquel edificio -en verdad es hermoso- dijo para sus adentros.
Don Fermín, a diestro y siniestro, saludaba a las personas que se topaban con ellos y que de forma mal disimulada y a veces con descaro veían a aquel desconocido al cual el viejo abrazaba con tanto cariño.
Sin darse cuenta clara a donde sus pasos lo llevaban, Ismael detuvo sus pasos a la entrada del tianguis dominical, que frente al templo mayor y en una explanada era todo un movimiento de ir y venir de comerciantes que como hormigas acomodaban sus vendimias sobre armazones metálicas, haciendo todo un caos informe lleno de colorido provinciano.
Don Fer, con una socarrona sonrisa casi lo arrastra para caminar por los intrincados pasillos que aquellas vendimias formaban. Don Fermin apenas daba abasto con sus saludos y ceremoniosos ademanes a toda aquella gente que al parecer todo querían bien a aquel viejo.
Nadie se atrevió a interrogar a Don Fermín por su acompañante.
La piratería en todo su esplendor, discos compactos, pantalones, playeras, ropa interior calzado, aparatos electrónicos, juguetes, verduras, fruta, todo un mundo de mercancías que tan a temprana hora del día ya esperaban a hipotéticos compradores que les rescataran de aquella burda exhibición.
Un agradable olor a barbacoa, invadió los pasillos que a esas alturas pisaban aquellos hombres, ya casi para cruzar todo aquel laberinto de vendimias ambulantes, a Ismael se le heló la sangre al ver a lo lejos una anciana sentada en una pequeña silla teniendo frente a sí la enorme canasta de humeantes tamales. El pelo totalmente cano, rostro pletórico de arrugas, hecha un ovillo, aquella mujer parecía tan insignificante que casi era lastimosa su imagen vendiendo sus aromáticos tamales, que, de azúcar y chile, esperaban los comensales.
Ismael, aguzó la mirada, como tratando de que aquella imagen se quedara muy grabada en su memoria, aquel rostro que aunque acusaba sufrimiento, dejaba ver sin embargo una paz interior producto de plena armonía con su conciencia.
Mayor esfuerzo hizo Don Fermín para arrastrar a Ismael y no detener sus pasos y llagar de una vez por todas con Doña Cholita quien paciente esperaba por sus compradores.
-Buenos días Cholita-
Don Fermín exagerando el saludo y en mucho sus ademanes tratando de llamar la atención de aquella mujer, la cual contestó de manera amable el saludo del viejo, sin embargo su mirada nunca se posó en Don Fermín ya que justo en ese momento una pareja de jóvenes recién salidos de la misa primera de aquel domingo, pedían una buena dotación de tamales para llevarlos al desayuno de su hogar. Hurgando en las bolsas de su delantal la mujer apenas si pudo completar el cambio de un billete de cien pesos con el cual le habían sido pagados los tamales.
-Un tamalito Don Fer-en tono amable la mujer, sin levantar la vista entretenida en cubrir su mercancía para que no se enfriara, también colocaba sobre una servilleta un tamal que ofrecía al viejo.
Do Fermín, tomó el ofrecimiento de aquella mujer, la cual hasta ese momento levantó la vista para toparse con la profunda oscuridad de los ojos del viejo, quien sonriente hizo una señal hacia Ismael, el cual seguía casi petrificado sin tener una reacción definida. Los apacibles ojos de la mujer se fueron abriendo desmesuradamente, acto seguido levantó su frágil humanidad de donde estaba sentada.
Sólo dos pasos la separaban de ese hijo que dos décadas atrás le había prometido muchas cosas en su inexperta conciencia, dos pasos que para Ismael le parecieron una eternidad caminarlos, dos pasos que después de haber sido sorteados, madre e hijo se fundieron en un abrazo en el cual descargaron todo aquel amor reprimido, toda aquella nostalgia que día a día, noche a noche los había invadido. Sin poder evitarlo, las lágrimas se auto invitaron a aquella reunión, otra vez estaban juntos aquellos seres que la vida los había separado por el gran amor que se tenían.
Nunca en sus treinta y dos años, a Ismael el llanto en sus ojos le había parecido tan hermoso, nunca había llorado de felicidad. De hecho casi nunca había llorado.
Quiso decir algo, pero aquel fuerte nudo en la garganta se lo impidió completamente, fue su madre quien separándose de aquel eterno y amoroso abrazo secó sus lagrimas con su chal, y no con pocos trabajos articuló las primeras palabras.
-Apenas lo puedo creer, por fin la virgencita de Los remedios me hizo el milagro, gracias a Dios hijo...gracias a Dios...tanto tiempo que ya no supe de ti, pensé lo peor, pero nunca perdí la fe...gracias a Dios.
Las lágrimas, seguían fluyendo sin ningún pudor nublando la mirada de Ismael, quien haciendo un esfuerzo sobre humano, carraspeando trabajosamente con un hilillo de voz se sobrepuso al llanto.
-Perdóneme madre...perdóneme por haberla abandonado tanto tiempo, perdóname por no comunicarme por tanto tiempo...no sabes cómo me costó trabajo llegar aquí contigo, y no por la distancia ma', sino por tanta bronca en la que se convirtió mi vida...pero tienes razón gracias a Dios que nos dio chance de volver a vernos y estar otra vez juntos-.
-No tengo nada que perdonarte Hijo-. Interrumpió la mujer el discurso de Ismael, para luego seguir.
-Cómo cre's que te debo perdonar, siempre creyí en ti, en tu nobleza, de niño eras muy noble y firme, debiste tener razones muy fuertes pa' dejar de ser lo que eras y dejar tus metas que de niño te hicieron dejar tu hogar donde te queríamos tanto...no hijo, no tengo nada qué perdonarte, la vida nos da y nos quita, y a mi hoy me acaba de dar un hijo que apenas lo tuve unos años de niño conmigo y 'ora hecho un hombre me lo regresa, no tengo con que pagar ese milagro-.
Con una estudiada tos, Don Fermín quien también acusaba en sus ojos claras huellas de haber dejado escapar algunas lágrimas, interrumpió aquel encuentro para despedirse.
-Bueno pos los dejo, al rato los visito pa' echar una buena platicada-.
Y dando media vuelta se perdió por los pasillos de aquel intrincado tianguis.
La siguiente hora, Ismael se ocupó de llenar su estomago con aquellos ricos tamales a la vez que ayudaba a su madre en despachar a los clientes que rápidamente vaciaron la canasta con los tamales, al parecer aquel puesto de la vieja era ya toda una institución en el lugar.
Ya de regreso al hogar Ismael acompañó orgullosos a su madre, Doña Cholita, quien de paso hizo las compras necesarias para preparar la comida del día. Casi no hablaron en el camino, y una vez instalados en la vieja casa tomando una taza de aromático café, Ismael interrogó a su madre sobre sus hermanos.
-Tu hermana llega más al rato, no deja de visitarme todos los domingos, a veces llega desde los sábados, la pobre esta viviendo en Querétaro. Hace unos meses se mudo para allá, porque aquí ni esperanzas que encontrara trabajo de lo que estudió, trabaja en una empresa haciendo la contabilida'. No sabes con cuanto esfuerzo terminó su escuela...de tu hermano no se de'l desde hace algunos años, también como tu se fue al norte y muy poco he sabido de'l, sólo Dios sabe si vive o muere...así como tu te fuiste con tanta ilusión de hacer fortuna, él nos dejó pa' seguir tus pasos. Hace tiempo el hijo del panadero, Don Mingo dijo que lo encontró allá por Las Carolinas pero no he sabido más de'l, tengo la esperanza de que algún día regrese...ya ves, a ti te hacía perdido y regresas después de tantos años...sólo Dios sabe hijo...pero cuéntame que fue de ti todos estos años, vienes hecho un hombre-.
-Nada ma', nada interesante pasó en mi vida. Ya sabes como batallé pa' pasar pa'l otro lado y ya cuando empecé a trabajar...qué te digo...me dio harto trabajo pa' pasar, después nadie me daba trabajo porque era casi un niño y ya sabes con lo poco que trabajaba me alcanzaba pa' de vez en cuando mandarte algún dinero...con los años me desesperé ma'...quise ganar mucho dinero de forma fácil y me enredé en asuntos sucios y comencé a ganar muchos dólares...pero me hizo daño, empecé a consumir eso que llaman drogas y me enfermé de ese maldito vicio y me olvidé de ustedes. Por más que quería salirme de ese infierno no podía ma', cre'me que es bien feo estar amañao a eso, pero gracias a Dios empecé a recuperarme y retomé la mira que me llevó a esos lugares y aquí me tienes, no se si huyendo de aquello, pero sí con todas las ganas del mundo por estar contigo y mis hermanos, lástima que el Beto este ausente como yo estuve, sólo espero que no ande en vicios como en el que yo cayí. No vayas a cre'r que no me acordaba de ti, sólo que en verdad que andaba bien perdido por esas tarugadas de drogas, figurate ma', que hasta estuve un tiempo hospitalizado en un lugar donde están puros que le entran duro a las drogas. Si no es por unos buenos amigos no lo hubiera logrado...me levanté de la miseria ma' de veras que me levanté de muy abajo-.
Se hizo un pesado silencio, al parecer a Ismael le costaba mucho trabajo recordar algunas etapas de esa vida que lo llevó a caer tan bajo.
No podía olvidar al jovencito que a sus veinte años, abordando un autobús amarillo de esos escolares, lo llevaría a las planicies interminables de Florida en el condado de Inmokalee para la cosecha del tomate. Aquel tipo sentado junto a él, le propuso ganarse un dinero extra repartiendo en la esquina de la Mason Street los pequeños sobrecitos que, a razón de veinte dólares, todas las tardes eran tan consumidos por aquella gente enajenada por la cocaína.
Aceptó, sabiendo en riesgo que corría, y a unos meses de desempeñar aquella labor probó aquel polvo sólo para ver qué se sentía y por qué lo compraban tanto.
De repartidor de sobrecitos pasó a recibir grandes paquetes para, a su vez contratar repartidores en las calles, se apoderó del mercado de la Mason Street, de la Doce de los negocios de autolatas de algunos Seven Eleven, después ya no consumía sólo cocaína sino también heroína, y en aquel mundo tan violento de vida tan aprisa, el jovencito de ojos tristes a los veintitantos años se convirtió en un ser violento acostumbrado a tratar con mafiosos y escorias sociales fue casi una década enredado en ese mundo que lo perdió por completo.
Mucho dinero corrió entre sus manos, y poco logró salvar, aunque decir poco es sólo un comparativo por las grandes cantidades que manejó en los oscuros negocios, con esos recursos y con los programas de gobierno pudo recuperarse en aquella clínica de Tampa Bay, donde fue recluido por unos amigos y a ruegos de aquella mujer de la que se enamoró como poseído, fueron muchos meses de terapias que poco a poco lo fueron alejando del consumo de aquellas substancias, sólo hasta entonces comenzó a trazarse un modo honesto de vida en el país del Tio Sam que tanto le había absorbido desde sus escasos once años cuando al punto del fallecimiento se sintió seguro en aquel departamento de los suburbios de Dallas casi pegado a Irving, donde recibió sus primeros dólares.
Imposible para él olvidar aquella historia, aquellos lugares donde había dejado media vida y de donde gracias a Dios regresaba para encontrarse con los suyos, encontrarse con aquella vieja que noche a noche le bendecía en sus oraciones.
-¿Por qué callas hijo?
-Por nada ma'...pa' qué contarte cosas tristes-.
-Yo no te voy a juzgar, por desgracia los traje al mundo a vivir en la miseria, de eso ustedes no tienen la culpa, por eso se alejaron de su pueblo en busca de mejores horizontes. Yo no pude darles más. Si hiciste cosas buenas o malas, el destino los condujo por esos caminos buscando lo que esta vieja nunca alcanzó a darles...ya ves, perdí tu juventud, perdí compartir tus sueños, perdí tus sonrisas y tal vez por mi culpa tu perdiste tu niñez, no tuviste tiempo para jugar como niño...no puedo juzgarte hijo, sólo puedo darle gracias a Dios porque te tengo nuevamente conmigo...sigo siendo la misma miserable entregada al trabajo sólo para sobrevivir, pero no creas que me quejo, el sólo verte así, hecho un hombre, sé que valió la pena vivir, el ver a tu hermana tan bonita y tan dedicada a lo suyo me llena de alegría y aunque a estos viejos huesos cansados les cueste cada vez más sostenerme en pie, volvería a vivir los mismo esperando la única recompensa de tenerlos a ustedes conmigo. Ya ves, de tu padre nunca volvimos a saber y me mantuve firme para educarlos con el ejemplo...aquí estamos hijo, como hace veinte años, ¿te acuerdas cómo nos gustaba platicar por las noches?, me acuerdo que te encantaba que te contara aquellas historias de espantos y fantasmas que luego no te dejaban dormir. También a tus hermanos cómo les encantaban aquellas historias-.
¿Ya no trabajas con doña Teresita ma'?-.
-No hijo, hace como seis años que la pobre murió de un cáncer que la tuvo en cama mucho tiempo. Fue entonces que me dediqué a lo que viste hoy, vendo tamalitos y saco algo para poder vivir. Paola siempre está al pendiente de mi, aunque no gana mucho, la pobre se esfuerza tanto que me da lástima por ella...la pobre...-.
Intempestivamente la puerta de la calle fue abierta y a trote unos pasos se acercaron a la pequeña cocina en la cual Ismael y su madre se encontraban platicando, no les dio tiempo de alguna reacción, en el umbral de la puerta de la cocina se recorto una esbelta figura de hermoso rostro y grandes ojos claros.
-Me encontré a Don Fer, y...-.
con voz agitada la jovencita interrumpió sus palabras.
-Sí, soy yo, de carne y hueso-.
Y sin más palabras los hermanos se abrazaron fraternalmente.
Entre sollozos, Paola no dejaba de recriminar al hermano tan prolongada ausencia.
-¿Cómo es posible que nos hayas abandonado tanto tiempo?...sin saber de ti...nadie de los que van y vienen al norte sabía nada de ti, te creíamos muerto...y ahora hasta Roberto igual que a ti se lo tragó el norte...y mira qué acabado estás-.
Ismael, ni siquiera ponía atención en el regaño de la jovencita, estaba absorto viéndola, admirándola, dejó corre aquel rosario de reclamos y una vez sentados nuevamente a la mesa, con voz pausada, como reflexionando al fin comenzó a hablar.
-Todos los reclamos que me hagas son pocos pa' lo que uno se merece...pero mira, allá en el norte, en los muchos lugares donde estuve conocí muchos paisanos que igual que yo van en busca de hacer fortuna, esa fortuna que nuestro México ni siquiera nos da la oportunidad de soñar, menos de lograrla. Muchos como yo, sin estudios somos sólo carne de cañón en un país que poco a poco nos absorbe y nos constriñe al grado de la enajenación. Vivimos siempre con los sentimientos a flor de piel añorando a la gente que dejamos esperándonos en nuestros hogares. Bien sabemos que siguen sufriendo las miserias por las que salimos lejos de ellos, pero a la distancia nada podemos hacer, sólo seguir trabajando y sobreviviendo siendo unos miserables en el país de la abundancia. Si lo ves bien nadie tenemos la culpa de lo que sufrimos, nadie en pleno juicio se separa por gusto de la gente que ama y quiere, para buscar una vida llena de peligros y amarguras. Hay quienes somos afortunados de, aunque sea viejos y acabados poder regresar al terruño, pero cuantos regresan muertos o simplemente desaparecen en el Bravo o cualquier suburbio de cualquier pueblo o ciudad como desconocidos y los más afortunados a la fosa común, los mas sólo se desaparecen y ya. En México no nos queda otra que jalar pa'l norte y de un modo u otro inconscientemente vamos siguiendo las huellas de los que se fueron primero que uno, esas huellas del norte que no sólo quedan en los caminos, sino lo peor quedan en el alma de los que se van y los que se quedan, todos con la esperanza de algún día dejar de sufrir hambres y miserias...sí, ese sueño americano, esas huellas del norte que tanto nos madrean el alma.....